La esposa del bueno de don Layo, la señora Yola, amante de los abrigos de piel, fue a un centro comercial y se compró un magnífico abrigo de piel de conejo. Mientras pagaba con su tarjeta, le preguntó a la vendedora si a la prenda le afectaría la lluvia, a lo que la empleada le contestó negativamente.
− ¿Está usted segura? – insistió la señora Yola, incrédula.
− ¿Es que acaso ha visto usted alguna vez a un conejo con paraguas? – fue la contestación.
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