miércoles, 20 de enero de 2010

Disección

En sus años de Universidad, el bueno de don Layo y su compañera de estudios fueron a un barrio periférico de la ciudad que se encontraba junto a un rio, en busca de un anfibio para la clase de Biología. Y se toparon con una escena insólita:
“Una adivina, ante la bola de cristal, hablaba a su cliente, una rana:
Conocerás a una joven hermosa, que vendrá con un acompañante. En cuanto te vea, le invadirá un deseo insaciable de conocerte a fondo. Sentirá un irresistible impulso de acercarse a ti, de ver cómo palpitas. Le fascinarás.
− ¿Dónde será? ¿En un club de solteros?− preguntó la rana.
En una lección de Biología – le contestó la adivina”.

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