lunes, 25 de enero de 2010

Amanecer

Cuando el bueno de don Layo tenía apenas veinte años y, anunció que se casaría al amanecer y en el jardín de su casa, las protestas de sus padres fueron casi unánimes. Aquello no estaba bien; las normas de etiqueta social no lo aprobaban; era demasiado temprano. ¿Qué diría la gente? ¡Locuras de juventud! Pero no hubo maneras de disuadir al joven novio ni menos a la novia, la señorita Yola. Imagínense aquel fresco amanecer. El rocío aún humedecía la hierba. El altar rebosaba de flores. Reinaba el silencio entre la escasa y entumecida concurrencia. El sacerdote acababa de pronunciar las últimas palabras sagradas uniendo de por vida a los dos jóvenes. Entonces, la pareja dio media vuelta hacia el horizonte, y el Sol escogió ese preciso instante para asomarse tras una colina y baño con sus primeros rayos los dos rostros radiantes y enamorados. ¿Quién dijo “locuras de juventud”?

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