En el huerto del padre del bueno de don Layo que era aún más bueno, había varios manzanos cuyos frutos estaban a punto de caerse. De pronto, una manzana cayó al suelo y sus compañeras, que seguían colgando de las ramas, empezaron a reírse de ella. Indignado, el abuelo les dijo:
− ¡Cállense, inmaduras!
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