En un autobús repleto de personas, un individuo obstruía el pasillo e impedía el paso. Cortésmente, el bueno de don Layo, que acababa de subir le pidió que avanzara hacia el interior, pero el sujeto se volvió y le llamó «imbécil». Lejos de disgustarse, don layo sonrió y dijo a los demás pasajeros, para quitarles el susto: «No sé quién tiene razón, si este caballero que me llama imbécil o yo que llamo caballero a un imbécil.»
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