El bueno de don Layo es tan callado que resulta taciturno. Un día entró en una floristería en cuyo mostrador aparecía el tradicional eslogan de “Dígaselo con flores”.
−Quisiera una rosa, − dijo – una sola. Que la manden a esta dirección con mi tarjeta.La florista le escogió una. Don Layo arrancó cuidadosamente los pétalos de la flor hasta que solo quedaron dos. Luego se la entregó a la florista diciendo:
−Aquí tiene. Incluso así, aún me pregunto si no he dicho demasiado.
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