sábado, 26 de diciembre de 2009

Tocayos

Me llamo igual que mi padre: Layo, Layo Brandon. Una tarde, sonó el teléfono y alguien pidió hablar con don Layo.
¿El mayor, o el menor? – preguntó mi madre.
El que llamaba dijo que quería hablar conmigo. Cuando colgué después de hablar, dije a mi madre:
¿No podrías referirte a mí con algo distinto a “el menor”?
La siguiente vez que solicitaron hablar con don Layo, mi madre preguntó:
¿El joven, o el viejo?
Mi padre protestó después:
¿Cómo que “el viejo”? ¡Ni que fuera yo Matusalén!
En ese momento sonó el teléfono otra vez:
¿Está en casa don Layo? – preguntaron.
Mi madre pensó rápido y dijo:
Le contestaré si puede usted describirlo, por favor señor.

Plagio

En un recital poético organizado por el profesor Brandon, para descubrir talentos en composición y declamación, el travieso de su alumno Quisbert recitó un poema plagiado. El profesor Brandon le felicitó y, dirigiéndose al público, declaró: «Amigos, nos ha sorprendido agradablemente que un gran poeta, recientemente desaparecido, se haya presentado ante nosotros disfrazado. Acaban de oírle recitar su más celebrado poema».

martes, 22 de diciembre de 2009

Coloreados

Quisbert, Mario Quisbert tenía muchísima caspa. Había recurrido a todos los remedios imaginables, pero ninguno le daba resultado. Por último, junto a su madre y desesperado, consulto con cuatro peluqueros el mismo día.
El primero le trató el cuero cabelludo con un tónico de color verde. El segundo empleó una loción roja, el tercero le aplicó una crema azul, y el último, un líquido de vivo color púrpura. Tres días después, Mario le contó a un amigo que la caspa le había desaparecido por completo.
¡Eso es estupendo! – dijo el amigo −. Estarás contento.
No lo creas – respondió Mario −. Lo que más me preocupa ahora, es deshacerme del confeti.

Diligentes

El padre del bueno de don Layo, que era aún más bueno, era dueño de una bodega. Cierto día, fue a buscar a uno de sus empleados, a Mario Quisbert que en sus vacaciones escolares trabajaba de ayudante, y gritó:
¡Mario! ¿Dónde estás?
− ¡Arriba, jefe! – fue la respuesta, desde el desván.
¿Qué estás haciendo allí? – insistió el dueño.
Ayudando a Juan, jefe.
− ¿Y qué está haciendo Juan?
− ¡Nada, jefe!

viernes, 18 de diciembre de 2009

Buena Definición

¿En qué consiste el sentido del humor?
No es, desde luego, la capacidad de entender un chiste. Proviene más bien, del sentimiento del propio absurdo. Es el arte de comprender una broma… y que la broma sea uno mismo.
Prof. Layo Brandon

La Caída

El profesor Layo Brandon, conocedor de ciencias y mucho más, iba una tarde por la calle cuando inesperadamente con el bordillo de la acera tropezó y cayó de bruces.
Al ver la sangre que rápidamente brotaba de una herida en la frente, le sucedió algo muy extraño. Más tarde escribió el profesor:
“Confuso y dolorido, murmuré: ‘¡Ay! No se vayan… lo siento’.
Aquellas palabras iban dirigidas a una parte de mí ser.
Hablaba a las células sanguíneas, fagocitos, plaquetas… todas aquellas maravillas, independientes, móviles, vivientes, que habían sido parte mía y, ahora, debido a mi torpeza y falta de cuidado, morían cual peces fuera del agua sobre el ardiente pavimento.
Sabía que estaba compuesto por millones de estos entes diminutos que, con trabajo y sacrificio, corrían veloces a sellar y reparar mis tejidos rotos.
Yo era su galaxia.
Por primera vez, los amé conscientemente.
Me pareció entonces, y ahora al recordarlo lo pienso así, que en mi caída había causado, en el universo que habitaban, tantas muertes como la explosión de una supernova en el cosmos”.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Al Teléfono (1)

La esposa del bueno de don Layo, la señora Yola, pregunta:
¿Qué se debe hacer al descubrir que contesta una grabación? Yo suelo colgar, pues detesto hablar con una máquina. Sé que esto no es correcto; pero, ¿qué hago?
Don Layo, responde:
Es perfectamente correcto colgar a una máquina. En realidad, no puede hablarse de comportamiento correcto o incorrecto entre persona y máquina. Ya es bastante difícil ser corteses entre nosotros como para preocuparnos de tratar a las máquinas con gentileza.

Al Teléfono (2)

La esposa del bueno de don Layo, la señora Yola, pregunta:
¿Cuántas veces, cuando llamo, debo dejar que suene el teléfono antes de colgar? Me disgustan los “fantasmas de tres timbrazos”.
Don Layo, responde:
Seis veces; tal vez ocho. Y si sospechas que la persona está allí, cuelga y vuelve a llamar. Esto te dará dos oportunidades de marcar correctamente el número, y a la otra persona, tiempo para salir de la bañera.

Al Teléfono (3)

La esposa del bueno de don Layo, la señora Yola, pregunta:
Una amiga me llamó a casa y, durante toda la conversación, estuvo comiendo zanahorias crudas. Traté de hacer caso omiso de los ruidos, pero eran muy desagradables. ¿Habría sido correcto decirle: “Por favor, vuelve a llamar cuando termines de comer”?
Don Layo, responde:
Bueno, estoy de acuerdo contigo, excepto en lo que se refiere a censurar directamente a las personas por sus errores de comportamiento social. Yo prefiero en estos casos las acusaciones indirectas, como: “Cuelga y marca otra vez; hay interferencia en la línea. Al parecer se atravesó una zanahoria”.

Al Teléfono (4)

La esposa del bueno de don Layo, la señora Yola, le cuenta:
Hace poco me enteré de una anécdota que pensé que te gustaría. Un ex director general de Correos, reveló en su libro una manera ingeniosa de interrumpir a quienes se eternizan hablando por teléfono. Sugería colgar mientras uno estaba hablando. El otro creería que se había cortado la llamada accidentalmente, porque nadie cuelga mientras habla.
Don Layo, reflexionó y dijo:
Eso es a la etiqueta, lo que el suicidio a la Ley; es indebido, pero imposible de castigar. Ambas son soluciones definitivas, aunque extremas; sin embargo, hay que reconocer que suelen ser respuestas a problemas de gravedad extrema.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Todo en Televisión

Una amiga del bueno de don Layo, se quejaba de la mala calidad de los programas de televisión.
Veo muy poca televisión – le decía don Layo −; me gusta más el mundo real.
¿Sí? – preguntó la amiga −, ¿y en que canal pasan ese programa?

Una De Dos

El apuesto e inteligente Mario Quisbert – dejando de lado su timidez – se sentó al lado de una guapa muchacha en el patio del colegio a la hora del recreo. Nunca habían hablado de nada en particular, y le impresionó su cordialidad. Al volver a sus aulas, le habló de su pequeño escondite secreto en el jardín de su casa, para su sorpresa, le preguntó si le gustaría pasar allí la tarde del sábado próximo. «Sólo nosotros dos, en secreto, dueños de mi jardín y el mundo…» Aquello parecía muy romántico, pero demasiado rápido para la chiquilla. Le dijo, pues, que tendría que pensarlo. Corrió a su mesa y no pudo dejar de contarle todo a su compañera. « ¡Yo creo que tienes que ir!», le dijo. « ¡Se llevará una gran decepción si las dos rechazamos su invitación!».

Una Sola Pregunta

El profesor Layo Brandon goza fama de ser muy bueno fuera del colegio y también de ser muy estricto dentro. Cierto día, dos de sus alumnos se referían a uno de sus exámenes.
El profesor Brandon debe de estar ablandándose dentro del colegio – decía uno de los estudiantes −. Yo no pude asistir a su clase el otro día, pero me dijeron que se limitó a hacer una sola pregunta.
¡Ah, sí! ¡Ya lo creo! – respondió rápido, su compañero, mirando al cielo −. Nos dijo que describiéramos el universo y le pusiéramos dos ejemplos.

martes, 8 de diciembre de 2009

La Lista

Durante uno de los más memorables enfados habidos entre el bueno de don Layo y su esposa la señora Yola, ella se levantó de la silla, cogió dos hojas de papel y dijo: «Hagamos, cada uno, una lista de lo que no nos gusta del otro».
La señora empezó a apuntar. Don Layo la miro durante algunos minutos con el entrecejo fruncido, y luego anotó algo en el papel. Ella volvió a escribir. Don Layo la observaba y, cada vez que su esposa se detenía, él seguía con su lista.
Por fin terminaron. «Intercambiemos las quejas», indico don Layo. Así lo hicieron. «Devuélveme mi lista», le pidió su esposa cuando vio las anotaciones de su marido. En toda la hoja, el bueno de don Layo había escrito: «Te quiero, te quiero, te quiero,…»

viernes, 4 de diciembre de 2009

El Turista

El bueno de don Layo, todo un turista regresa al hotel después de recorrer la cuidad:
Perdone – dice al recepcionista −, pero tengo una memoria horrible. ¿Puede decirme en que habitación estoy?
Desde luego – le responde, amablemente, el empleado −, está usted en el vestíbulo.

La Paz Empieza 'Ya'

Quisbert, Mario Quisbert a punto de cumplir un año más adentrándose también más en la adolescencia, a él su madre le preguntó que qué le gustaría para ese día especial. El le respondió que ‘un mundo en el que reinara la paz’. Pero luego, se quedó atónito cuando vio que su equipo de música había sido retirado de su habitación.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Suavidad Exterior

En una tienda de lencería, el bueno de don Layo quería comprar un camisón para regalárselo a su esposa, decía a la vendedora que la tela debía ser suave. Aquella le enseñó un bonito modelo con cuello de encaje. Don Layo tocó la tela y, señalando el encaje, preguntó:
¿Está segura de que esto no raspa?
¡Claro que no raspa! – contestó la vendedora −. Además, el encaje va por fuera.
Lo sé – agregó don Layo −, pero ahí es donde estaré yo.