viernes, 18 de diciembre de 2009

La Caída

El profesor Layo Brandon, conocedor de ciencias y mucho más, iba una tarde por la calle cuando inesperadamente con el bordillo de la acera tropezó y cayó de bruces.
Al ver la sangre que rápidamente brotaba de una herida en la frente, le sucedió algo muy extraño. Más tarde escribió el profesor:
“Confuso y dolorido, murmuré: ‘¡Ay! No se vayan… lo siento’.
Aquellas palabras iban dirigidas a una parte de mí ser.
Hablaba a las células sanguíneas, fagocitos, plaquetas… todas aquellas maravillas, independientes, móviles, vivientes, que habían sido parte mía y, ahora, debido a mi torpeza y falta de cuidado, morían cual peces fuera del agua sobre el ardiente pavimento.
Sabía que estaba compuesto por millones de estos entes diminutos que, con trabajo y sacrificio, corrían veloces a sellar y reparar mis tejidos rotos.
Yo era su galaxia.
Por primera vez, los amé conscientemente.
Me pareció entonces, y ahora al recordarlo lo pienso así, que en mi caída había causado, en el universo que habitaban, tantas muertes como la explosión de una supernova en el cosmos”.

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