martes, 22 de diciembre de 2009

Diligentes

El padre del bueno de don Layo, que era aún más bueno, era dueño de una bodega. Cierto día, fue a buscar a uno de sus empleados, a Mario Quisbert que en sus vacaciones escolares trabajaba de ayudante, y gritó:
¡Mario! ¿Dónde estás?
− ¡Arriba, jefe! – fue la respuesta, desde el desván.
¿Qué estás haciendo allí? – insistió el dueño.
Ayudando a Juan, jefe.
− ¿Y qué está haciendo Juan?
− ¡Nada, jefe!

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